María Jesús Ollero y Niño Manuel son dos profesionales del baile y la guitarra, respectivamente, que llevan décadas unidos sentimental y laboralmente, con el flamenco como nexo de unión. La pasión de ambos por esta cultura la transmiten en su actuaciones y en ‘Son y tacón’, la asociación cultural y academia que regentan en la calle Baños. Por ahí pasan cada año decenas de personas de todas las edades y de los más diversos orígenes para adentrarse en el mundo del flamenco o para perfeccionar sus conocimientos.
Este artículo tendría que haber salido publicado hace semanas, tras una agradable conversación de más de una hora con ambos en la que desgranaron sus sentimientos por el flamenco, sus orígenes y como ven el futuro. Perdón por el retraso. En este sentido, hay que subrayar que, lejos de impacientarse, muy al contrario, ni siquiera han preguntado algo tan habitual como el ‘lo mío cuándo sale’. Algo que dice mucho de ellos.
Sentados en la sala donde María Jesús imparte sus clase de baile, explican que ‘Son y tacón’ es un proyecto que empezaron a fraguar en una de sus estancias en Japón, lejos de la familia y de su cultura. Más tarde llegaría la hija de ambos por lo que la bailaora sacrificó su carrera en los escenarios y se dedicó a la enseñanza, algo que comparte Manuel, él a la guitarra, aunque éste sigue acompañando a cantaores y músicos.
Hablan ambos, sin atropellos y reforzando ideas que consideran esenciales para transmitir qué significa para ellos el flamenco y su transmisión. “Aquí -en referencia a la academia- no solo enseñamos una cultura tan tradicional y tan rica matices, sino que también intentamos que la gente disfrute. Una cosa es enseñar y otra hacer ver el sacrificio que conlleva ser profesional de este arte, tanto en el baile como en el cante, como en la percusión, como en la guitarra. Nadie se imagina la cantidad de horas que hemos dedicado para sacar una nota limpia o poner un acorde bien, o simplemente hacer una planta tacón”.
Comenzaron pronto. Uno, estudiante de delineación, pero amante de la guitarra, y otra, estudiante administrativo y dando sus primeros pasos en el baile, en el grupo Oleaje; un día los caminos y las decisiones les llevan a plantearse dedicar sus vidas al flamenco. Maria Jesús empezó dando clases de sevillanas para poder pagarse las que ella recibía en Jerez, a cargo de Paco Belmonte y Fernando del Río, “de lo mejorcito en aquella época”. Manuel lleva 40 o 45 años con la guitarra, de manera que se considera un “albañil de la guitarra” o como le gusta señalar, un “yonqui”, “porque la gente bebe o fuma, pero yo cojo la guitarra, y el resultado es mucho más gratificante, porque creo que la música te hace mejor persona”. No se cuelgan la etiqueta de artistas, aunque son sobradamente conocidos, no alardean de ser un gran guitarrista y una gran bailaora, simplemente “vivimos felizmente de nuestro trabajo”, subrayan.
La familia -los padres y la llegada al mundo de una hija de ambos después-, ha condicionado mucho el devenir de sus carreras. Han pasado de estar años en Italia, Japón, Alemania o Portugal a plantearse otra vida. “Cuando ya pasan los años y llegas y dejas a tu padre y a tu madre y vuelves y le vas viendo con el pelo blanco, ya empieza a darte cierto vértigo y empiezas a echar el freno. Te dices, ¡jolines! Se sacrifica la vida de tu familia, que para nosotros es lo más”, indica Maria Jesús, y “eso que era muy bonito conocer mundo”.
Con esa idea en el corazón y en la cabeza, en uno de esos viajes proyectan lo que tienen hoy en día, compartiendo lo que saben en Son y tacón, pero teniendo muy en cuenta la importancia del tipo de enseñanza “en una sociedad donde la gente lo quiere todo hecho, lo quiere todo para para hoy. Eso es imposible -señala Manuel-. La gente tiene que ser consciente y consecuente de que cuando tú vas a aprender algo, vas a necesitar un tiempo y una maduración, y equivocarte muchas veces para darte cuenta de que en el sacrificio de hacer las cosas bien está muchas veces el errar, en equivocarte. Y yo creo que a la gente eso no le cae bien, vamos, demasiado rápido”. Personas con algún problema mental, niños pequeños, personas con síndrome de Down, extranjeros -un grupo formado por 18 personas de Turquía, Ecuador, India, México… han coincidido este verano en sus clases-, todos se entienden a través del flamenco, pero cada uno necesita una atención diferente. Y en ese aprendizaje es muy importante cuidar la salud, porque, como dice María Jesús, “si se rompe la pata de una silla, un carpintero te lo arregla, pero a una niña hay que cuidarla y enseñarle una posición del cuerpo, como colocar las piernas, y evitar que se lesione”. Esto contrasta con la actitud de algunas personas. “Dos mujeres llegaron para aprender a bailar por bulerías, y preguntaron qué había que traer. Pues ropa cómoda y unos zapatos de flamenco, les dije. ¡Ah, zapatos para qué, con los deportes mismos!, me dicen. Es como si vienen a aprender guitarra y se tren una raqueta de tenis. Entonces les explico que aquí eso no, y les indico otros sitios donde pueden aprender e igual les cuesta más barato”.
Por que ambos defienden que el flamenco, como otras tantas ramas artísticas, es una disciplina dura, y necesita de un aprendizaje y de un trabajo continuo. Los dos han aprendido de lo mejorcito -Manolo Sanlúcar, Paco de Lucía, Domingo Ortega, Antonio Canales…. – y aplican esos conocimientos en el proceso de enseñanza, utilizando técnicas que aprendieron también en sus estancias fuera de España. “A la persona que viene a echar un rato, a dejar fuera sus cosas, no la puedo tratar con rigidez, hay que sacarle lo positivo que lleva, como a las niñas de 5 o 12 años, que vienen una hora a divertirse, pero tienen que ver que es una disciplina. Pues yo lo hago jugando y conecto con ellas para repetir y repetir hasta que salga perfecto”, comenta la bailaora. Sonidos, frases, numeraciones fáciles de retener, son las herramientas que utilizan para conectar y enseñar a los alumnos el baile y la guitarra.
Pero no todo es academia y enseñanza. Al conversar con María Jesús y Manuel se destapa que el flamenco es algo más, es una auténtica pasión, y se descubre su amor por este arte, por su historia, por conocer la realidad de su tierra. El guitarrista llama la atención de conversaciones mantenidas con críticos, con personas interesadas en el mundo del flamenco, y habla de la historia de un tal Paco, barbero, que tocaba la guitarra, como muchos otros barberos del siglo pasado, que acompañaba a grandes figuras de la época, tanto como hicieron Esteban de Sanlúcar, o el hermano de éste, Antonio. Y recuerda Niño Manuel la época de café-cantantes, de Antonio Mairena, “una época en la que yo era muy pequeñito pero seguramente la época grande del flamenco, con cantaores muy personales. Hoy hay muchos, pero pocos que ofrezcan algo nuevo”.
Es necesario preguntarles cómo ven la situación en Sanlúcar, y El Niño Manuel se sincera: muchos cantan, pocos llevan el compás. El cante es libre, explica, pero tiene una medida. “Hace muchísimos años me propuse aprender el compás de los cantes de Sanlúcar. No soy cantaor, pero te enseño a que te des cuenta de por qué esa letra entra en ese tiempo determinado y, si no te da tiempo, a aprender a respirar para que tengas capacidad de ejecutarlo. Cantaores a compás, creo que hoy en día me sobran dedos en una mano”, apunta. En este sentido se refiere como ejemplo a su padre, con el que asegura que invirtió muchas horas en que lo comprendiera.
“Cantar es como el que memoriza una poesía, pero existen una serie de técnicas para sacar más sonido, para darle su toque de tristeza. Son técnicas como las que utilizan los políticos. Y tocar las palmas… -agrega-, hay muchos cantaores que no saben tocar la palmas. Pero hay muchas personas a las que intentas ayudar y corregir y se molestan. Por eso digo que el sanluqueño es un poquito especial, y uno no puede estar siempre pelándose con la gente”señala Manuel.
En su opinión, el flamenco no tiene más proyección porque hay muchas personas que piensan que es algo chabacano. “Esto lo hablaba con Paco de Lucía, con Manolo Sanlúcar. Paco decía que para esto hay que servir, que no me hago cuatro notas, te doy la mano y una palmadita en la espalda y ya está. Él admiraba mucho lo nuevo, a Manolo, a Isidro Sanlúcar. Y Manolo arriesgó muchísimo, sacrificó su vida. Todo con la cosa de hacer algo diferente. Mira lo crítico que fueron con Camarón, y con Enrique Morente”, recuerda.
“Y ocurre lo mismo en el baile, la danza -tercia María Jesús-. Tu ves bailar a una chica que zapatea más que un hombre y digo que para eso está el hombre, que tú tienes unas cadera, unos hombros, mete tus pies en el momento justo. El flamenco es danza, es una expresión corporal”.
Por todo ello apuntan que son partidarios de que Sanlúcar contara con una escuela de flamenco, paralela al conservatorio elemental de música, y, sobre todo, “de un teatro”. María Jesús considera que Sanlúcar necesita un escenario digno, y recuerda el antiguo cine Apolo, donde se grabó el programa Se llama copla, cerrado desde hace décadas. Y se queja de tener que buscar un lugar donde hacer cada año el cierre de la escuela. Aquí agradece al colegio Blas infante su apoyo.
“Aquí no tenemos que mirarnos como competencia, ni tener miedo a la competitividad -señala en referencia a otras academias de Sanlúcar-. Cada una tenemos una forma y un estilo y hay sitio para todos. Solo tenemos que tener respeto e inculcarle eso mismo a los alumnos. Si nos uniéramos aquí como lo hacen en Chipiona nos ayudaríamos, y se fomentaría un montón el flamenco. Y creo que habría más facilidades, no más dificultades”, apostilla María Jesús.
Y María Jesús vuelve a sus clases. Y Niño Manuel a enseñar, y a tocar en el bodegón A contratiempo con otros grandes músicos y bailaoras. Profesionales, artistas y grandes personas.