A veces pienso que esta sociedad tiene pocas luces. Antes de que el almanaque muestre diciembre decenas de ciudades compiten por ser la que antes encienden el alumbrado navideño. Se emplean miles de euros en instalar luces de colores en los entornos comerciales y se colocan horrendos árboles navideños que nada tienen que ver con los verdes vegetales que añoramos en nuestras calles y plazas. ¿Y todo para qué? Porque dicen -los que saben de sicologia y marketing-, que esa imponente iluminación incentiva las compras. Siento discrepar -bueno, no lo siento-. Y si es así, ¿por qué sufrimos calles oscuras y tristes durante todo el año? ¿Es que a partir del 6 de enero ya no comemos? Hemos convertido la Navidad en algo demasiado superfluo, en unas fechas solo aptas para carteras poderosas y en la que ya los niños han dejado de ser los verdaderos protagonistas. Lo dicho, cada vez tenemos menos luces.